LA SALA DE ESPERA - Última charla de café con Saúl-
Entré al bar de siempre, un bar viejo, barato y húmedo, igual que de costumbre me dirigí a la misma mesa, una alejada de todas las otras, como escondida, al lado de una ventana que daba a un patio interno, Saúl ya estaba en su lugar esperando. Me senté y levanté la mano mecánicamente y el dueño del bar, un gallego de pocas palabras que ni siquiera saludaba, mirándome medio de resfilón asintió con la cabeza y nos trajo dos cafés y un cenicero. Le di un sorbo al café y sabía mal, nada nuevo, prendí un cigarrillo, Saúl omitió lo del sorbo, alejó un poco la pequeña taza, se acomodó en la silla y encendió el suyo. Miré como el humo blanco huía por la ventana y pensé que eramos afortunados, aún podíamos fumar en un bar, con todas esas campañas y medidas antitabaco que te hacían sentir poco menos que un delincuente. El mundo había cambiado pero el gallego, Saúl y yo eramos el resabio de otra época, una en la cual los comerciales de televisión nos vendieron la idea de que fumar era canchero y las películas nos metieron en la cabeza la imagen de que un hombre fumando se veía mas viril y recio y una mujer más femenina y seductora, como reza el tango "que tiempos aquellos".
Tres veces por semana durante una década nos convirtieron en parte del paisaje de la tarde de aquel bar. Nuestras charlas de café eran como una venta de garage, había de todo en ellas, un zarandeado abanico de temas, un loco caleidoscopio de ideas, en este punto debería decir "desde lo más banal hasta lo más trascendental", pero siempre tuve mis serias dudas sobre lo trascendental ¿Existe tal cosa?
Lo cierto es que con el paso de los años, cada vez hablábamos más y escribíamos menos, ambos estábamos en la misma, como sí nos estuviéramos apagando y no encontrábamos el combustible para reavivar el fuego.
Por lo general Saúl era quien comenzaba el divague pero esta vez solo fumaba en silencio. Terminé el café , encendí otro cigarrillo y lo noté un poco raro, me miraba distinto, percibí que quería decir algo en especial pero simplemente no imaginé un motivo para que no lo hiciera, a esas alturas ya llevábamos conversaciones que hasta hubiesen ganado una compentencia de borrachos, desvié la mirada hacia el patio y los minutos pasaron lentos, justo cuando iba a decir cualquiera para romper ese extraño silencio, me ganó de mano y se despachó con una pregunta que me resultó aún más extraña que su silencio.
-¿Alguna vez pensaste en suicidarte?
No pude evitar esbozar una sonrisa. Levanté por segunda vez la mano y al toque apareció el gallego con otro café, le di un buen sorbo y pensé :¡Ufff, de verdad que sabe a diablos!. Tomé el paquete de cigarrillos y le ofrecí a Saúl que se negó con un moviento de cabeza, de antemano supuse que lo haría porqué preferíamos marcas distintas pero conseguí lo que buscaba, como reflejo sacó uno de los suyos, mientras yo ya fumaba el mío lo miré fijamente y pregunté:
-¿Suicidarse?
Pegué una profunda pitada y agregué:
-¿Y qué crees que estamos haciendo?- mientras improvisaba un brindis entre mi cigarrillo y el suyo , como si fuesen dos copas de vino.
Resopló fastidiado , se enderezó y apoyó su espalda contra el respaldo de la silla, como rompiendo la cercanía confidente de nuestros codos sobre la mesa y espetó:
-Mi padre fumó toda la vida y ahí lo tenés, aún correteando a la mucama de turno.
Me encongí de hombros y respondí:
-Mi madre también fumó toda su vida pero tengo suerte, no corretea a las mucamas... quizá porqué no tiene una- y me eché a reír.
Sonrió y le dio el primer sorbo a su primer café y su sonrisa se convirtió en una severa arrugada de ceño, no era para menos, y jocosamente agregué:
-Si el café sabe mal estando caliente, estando frío... ¡Es un suicidio!
De nuevo sonrió pero con desgano.
-Mirá, le dije, muchas personas saltan de un puente y justo hay un pescador o alguien cerca que se arroja al río y los salvan. Es decir que no todos los suicidios son exitosos, algunos fracasan, nuestros padres han fracasado quizá nosotros tengamos éxito... o no, vaya uno a saber. ¿Encendemos otro?
Su rostro volvió a ponerse tenso y dedicándome una mirada inquisidora, insistió
-Vas a seguir bromeando para evitar la respuesta o vas a responderme: ¿Alguna vez pensaste en suicidarte?
La respuesta para mí era muy sencilla, pero aparenté analizarla.
-De hecho no sabía que existían personas que nunca lo hayan pensado.
El se apresuró a afirmar
-Sí, las hay.
-Vaya, dije y suspiré. Yo dudo de que sea así y no sé cómo puedes estar tan seguro de eso.
-Preguntando, dijo.
_Pero la mayoría de las personas no estarían dispuestas a admitir que han pensado en semejante cosa, es probable que te hayan mentido cuando respondieron. Es así como te digo, dudo que alguna persona en algún momento de su vida no lo haya pensado, aunque sea por un mínimo instante antes de descartarlo como una locura o como una opción.
_No, yo sé que hay personas que jamás lo pensaron.
_Y yo sinceramente, lo dudo- le dije cortante.
Las conversaciones con Saúl siempre fueron un debate, no importaba el tema, nunca coindíamos en lo que pensábamos, nuestras opiniones eran diferentes y a veces hasta opuestas. Eso tenían de interesantes, dos miradas distintas sobre un mismo tema, eso enriquecía y justificaba cada una de esas incontables tardes de cada vez más pésimos cafés.
-En fín, dijo con tono ansioso, olvidemos a los demás, por lo que me decís hasta ahora, es simple de deducir: sí, lo pensaste.
Arrimé lo más posible mi silla a la mesa e incliné mi cabeza hacía él
-Digamos que la vida es una sala de espera, todos entramos por una puerta y salimos por otra de madera, solo hacemos tiempo hasta que sea nuestro turno, y ese turno no es por orden de llegada, algunos esperan más, otros menos y hasta hay quienes ni esperan, ni bien entran por una puerta ya están saliendo por la otra, pero no importa cuanto se espere, la vida es corta, siempre termina siendo corta.
-Entiendo el punto, pero que tiene que ver con lo que te pregunté.
-Tiene que ver, el punto está en la espera, para ciertas personas se vuelve desesperante, angustiosa y hasta extremadamente dolorosa. Insoportable. Para otras es una espera inútil, vacía, carente de significado mientras que la mayoría se dedica a disfrutar y apreciar la espera.
Me miró como un gato, inmóvil, fijo, atento, inexpresivo, hasta que preguntó
-Y?
Suspiré y con cierta mezcla de fastidio y resignación dije:
-Y la única persona que puede obligarte a esperar tu turno cuando no quieres hacerlo, es uno mismo. Nada impide que sea tu propia mano la que abra esa puerta de madera. A veces es un consuelo saber que uno tiene esa opción, ese escape, esa alternativa, y paradójicamente eso ayuda y da fuerzas para seguir esperando... y a veces no.
Esa fue la última vez que hablamos, jamás lo volví a ver, desapareció. Cada tanto lo llamaba por teléfono para saber de él, nunca atendió, dejé de llamar cuando una grabadora contestó "El número solicitado no corresponde a un abonado en servicio". Una vez fui a hacer un trámite cerca de donde Saúl vivía, eramos dos solitarios reacios a las visitas pero la situación justificaba con creces el pasar por su casa, me estacioné pero no bajé, me quedé mirando como la casa había cambiado, renovada a nueva hasta parecía otra, ni el auto del garage era el mismo, el descuidado matorral que antes custodioba su puerta se convirtíó en un lindo jardín lleno de flores y con un par de niños jugando. Todo me parecía surrealista, al rato llegó un tipo, un pelado al que los niños recibieron al grito de "papá". Pude haber bajado y preguntar por Saúl, pero no me animé, preferí mi ignorancia.
Seguí yendo al mismo bar, tres veces por semana los mismos días, misma hora, durante un par de años, hasta que al gallego le dio un infarto y murió, sus hijos vendieron el lugar y ahora es una pizzería.
Eve V.Gauna Piragine